Entre las definiciones de la piel, se nos dice que es el órgano más grande que cubre nuestro cuerpo y que, sin ella, careceríamos absolutamente de identidad, puesto que todos nos veríamos prácticamente iguales. Que es una entidad fisiológica de estructura bioquímica compleja, siendo la única que puede padecer diversas alteraciones, ya sea en estado normal o patológico; tiene varias funciones bioquímicas pero, entre todas, identificamos una que es primordial: la de protección.
En esta ocasión no explicaré cuáles son esos mecanismos de defensa anatómicos y bioquímicos, que están diseñados para activarse cuando la piel decide que es necesario protegernos de agentes externos o internos, porque pueden resultar nocivos para el óptimo funcionamiento celular.
Cuando hacemos un diagnóstico de la piel y la detectamos sensible y reactiva, quizás por alguna dermatitis atópica o cuperosis, incluso porque ha sido multitratada, todas estas alteraciones nos están expresando información importante que, si somos capaces de ver y escuchar, nos ayudarán a decidir qué tratamiento realizar, y así poder brindar, además, una mejor solución a nuestro cliente.
Se ha demostrado que el estrés afecta a la piel de manera considerable, provocándole desde signos de fatiga hasta envejecimiento prematuro; por lo que ahora la cosmética está reinventándose e innovando, creando productos que abarquen el aspecto emocional, y con esto poder revertir o minimizar los efectos nocivos, causados por el estrés u otros estados nerviosos, que pudieran alterar el aspecto de una piel sana.
Nuestras emociones influyen y afectan de manera directa a nuestro cuerpo y, por ende, a nuestra piel. Cuando una piel presenta alteraciones como dermatitis, alergias, cuperosis, psoriasis, de una forma emocional, es una situación que se vincula a la sensación de protección o seguridad que se tiene respecto de sí mismo. La piel, como órgano diseñado para brindar protección, está relacionada de manera emotiva con la figura paterna, pues es el padre quien supuestamente debe proteger a su hijo…, suena fuerte, pero se desprende de la realidad; así que, sin cortapisas, sin nada que disfrazar, podemos afirmar que tener una piel sensible, es la expresión de una herida paterna... La sensación de estar indefensos y la falta de confianza o de autoaceptación, suele tener lugar durante las primeras décadas de la vida. Tener una piel sensible representa un desequilibrio en el sistema nervioso que de raíz tiene como origen el aspecto emocional.
La piel siempre expresará las emociones con las que se vive; de acuerdo al estado de ánimo una piel irá cambiando su apariencia: enrojecer y ponerse caliente, cuando se siente vergüenza o enojo; se pondrá pálida cuando se sienta miedo, o lucirá radiante si la persona se siente plena y feliz y en control de sus emociones.
El cerebro y la piel tienen una relación directa, ya que al tener su origen en la mente, posteriormente se manifestará con alteraciones como acné, psoriasis, alergias, y que, lógicamente, desencadenará alteraciones emocionales como la depresión y la baja autoestima. Es así como el sistema inmunológico y el sistema nervioso, actúan como mecanismo de defensa para protegernos; en el caso del sistema inmunológico, de agresiones microbianas o agentes nocivos, quedando en la memoria de las células especializadas por las cuales, y gracias a ellas, podemos evitar numerosas infecciones; el sistema nervioso, en cambio, nos protege de las agresiones internas, principalmente representadas por traumas en nuestro inconsciente: en la mente quedan registrados episodios buenos y malos que permanecerán en nuestra memoria, así es que creyendo que hemos bloqueado los malos recuerdos, estos saldrán a flote cuando nuestra piel presente alguna alergia o sensibilidad.
Para ser más específica, en cuanto a lo que emocionalmente significa tener una alergia, por ejemplo, al generar una inflamación debido a la liberación de histamina, la piel nos está diciendo: (Físicamente) “No quiero o no puedo tener contacto con el alérgeno…”, en realidad, se refiere al acontecimiento traumático (emocionalmente) “… de hacerlo, volveré a pasarlo muy mal”.
En resumen, una piel sensible nos dirá el grado de satisfacción y comodidad en el que nos encontramos, además de la necesidad de experimentar un cambio o aprender a adaptarnos a nuestra realidad.